Si bien es cierto que en los últimos días la atención de la ciudadanía y de los medios de comunicación ha estado centrada en la ola de protestas surgidas en Cajamarca (contra el proyecto minero Conga), Áncash (contra los abusos de Antamina) y Andahuaylas (contra la minería en general) por parte de los pueblos que, legítimamente y con justa razón, se oponen a que la actividad minera continúe su avance destructivo contra sus tierras, sus recursos naturales y su medio ambiente, no debemos olvidar que, asimismo, nuestra Amazonía (sí, aquella que irónicamente acaba de ser declarada maravilla natural del planeta) también enfrenta una terrible amenaza.
En efecto, sabido es que, en el marco de los acuerdos de integración energética entre el Perú y Brasil suscritos entre el corrupto Alan García y el “socialista” y “demócrata” Lula Da Silva (cuya política hacia los indígenas y el medio ambiente de su país reveló su hipocresía y autoritarismo en este aspecto) se decidió sin consultarle a nadie que nuestra Amazonía sería, casi literalmente, bombardeada por 15 centrales hidroeléctricas (sí, leyó bien, ¡15 centrales!) que se instalarían en diversos ríos amazónicos para la generación de miles de megavatios de electricidad “en beneficio” supuestamente de ambos países.
De concretarse tal latrocinio, miles de kilómetros cuadrados de nuestra selva serían sumergidos bajo las aguas de los ríos que será necesario represar para la generación de la energía, lo cual originaría, sólo para enumerar algunos, los siguientes impactos negativos:
- La deforestación masiva de extensas hectáreas de bosques amazónicos, o sea, la muerte de millones de árboles, lo cual constituirá el mayor ecocidio ocurrido jamás en nuestro país. (Por cierto, habrá que indagar quiénes se beneficiarán con toda esa madera así obtenida).
- La desaparición de cientos de ecosistemas y hábitats en los que viven y se desarrollan tranquilamente millones de especies nativas de flora y fauna, las perecerán irremediablemente y, en el mejor de los casos, tendrán que migrar, con lo que se alterará su ciclo normal de existencia.
- La generación de ingentes cantidades de metano (gas altamente tóxico y que contribuirá con el calentamiento global), debido a la descomposición de millones de toneladas de materia orgánica que se producirá con los represamientos.
- La alteración del cauce natural de los ríos, lo que no sólo afectará el ciclo biológico de muchas especies, sino que generará un irreparable daño hidrológico a las diferentes cuencas hidrográficas de la Amazonía.
- El desplazamiento forzado de miles de pobladores indígenas de sus tierras ancestrales, en las que han vivido por generaciones y que les pertenecen indubitablemente, más aún cuando el propio Estado les ha reconocido su derecho a través de títulos de propiedad.
- La probable desaparición de pueblos indígenas no contactados que, posiblemente, vivan en medio de la selva y de los que ni siquiera se tenga noticia de su existencia, quienes quizás se lleguen a enterar de que la sociedad occidental existe recién cuando vean sus bulldozers.
- La proliferación de nuevas enfermedades y plagas que podrían costar la vida de cientos o miles de pobladores indígenas, como ya ha pasado con la ejecución del proyecto Camisea.
En resumen, se ocasionaría una enorme e invaluable pérdida de la maravillosa biodiversidad con la que nos ha privilegiado la Madre Naturaleza y terribles impactos ambientales negativos, absolutamente irremediables e incompensables, pero, sobre todo, incomprensibles, al menos en los términos de una razón y una sensatez verdaderamente humanas. Pues, en efecto, cabe preguntarse: ¿qué justifica todo ese terrible daño al medio ambiente?, ¿para qué todo ese sacrificio de esplendorosa vida cultivada y formada por miles, sino millones, de años?
Muy al margen de los evidentes y corruptos intereses económicos de las transnacionales y de los políticos de turno que siempre están de por medio, algunos ingenuos seres no-humanos dirán que ello es necesario para generar la energía eléctrica que necesitamos para nuestro desarrollo y progreso, pues con ella se logrará que tanto nuestro país como el “hermano país” de Brasil, la gran economía emergente mundial que debe constituirse como nuestro aliado estratégico en la región, se industrialicen y generen mejores oportunidades para ambas naciones. Claro, desde esa perspectiva, desde esa lógica irracional y antinatural, tremendo sacrificio bien vale la pena, y lo único que debería preocuparnos es que esa energía se quede en su mayor parte en casa y no sea toda para nuestro vecino.
Pero, ante esos “argumentos”, ante esas “razones”, quienes amamos de verdad a nuestra Madre Tierra y a nuestros hermanos de otras especies que comparten (para su desgracia) el mismo planeta que nosotros, nada de esto tiene la más mínima justificación. Pues, en realidad, lo que ocurre una vez más es que este caduco y demencial “modelo de desarrollo” de tipo occidental, arraigada en las grandes ciudades, demuestra que lo único que busca es saciar la incontenible sed de innecesarios bienes materiales, lujos y frívolas comodidades de una sociedad cada vez más desnaturalizada, que ha decidido no vivir en armonía como una especie más, sino más bien como una plaga planetaria, frenando así su propia evolución natural como especie.
Es ahora, y no luego -cuando el problema estalle en nuestras narices-, el momento de decirle basta ya a tanta locura destructiva en nombre del “desarrollo” y del dios dinero. Reaccionemos de una vez y opongámonos firmemente ante este nuevo intento de los seres no-humanos que viven de nuestra riqueza y de nuestro trabajo. Nuestra Madre Selva nos necesita hoy más que nunca y debemos defenderla con toda nuestra fuerza y amor, pues gracias a ella tenemos, aún, un poco de aire limpio para respirar y agua dulce que beber, así como innumerables elementos naturales gracias a los cuales podemos vivir dignamente como humanos. Salvarla está en nuestras manos, es absolutamente nuestra responsabilidad y de nadie más. No dejemos que nuestros hijos y nietos nos condenen por no haber hecho lo que es correcto hoy. Eso, claro está, si es que la Madre Tierra no se toma antes la molestia de purificarse ella sola, librándose de una especie que, a estas alturas, debe resultarle ciertamente muy incómoda.